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Aleluya por Dorantes y García-Fons. El pianista y el contrabajista abrieron nuevos caminos grandes para el flamenco

   

Ver a un francés tocar el contrabajo de cinco cueras por seguiriyas en Sevilla como si se hubiera criado con los gitanos del Patio de la Rumbilla de Lebrija es un acontecimiento. El flamenco se lo debe a un creador sin límites que se ha bebido en miles de madrugadas las sangre de sus ancestros para llevar hasta el piano todos los ensanches posibles que le caben a este género. El dúo de Dorantes, nieto de la Perrata y perpetuación de los Peña, y Renaud García-Fons, parisino que apenas habla castellano, es uno de esos estallidos que de cuando en cuando se dan en esta música tan inabarcable que nació de las penurias de los andaluces. Lo de anoche fue un orgullo. Una celebración. Un encuentro en el que dos músicos bestiales, uno procedente de las raíces y el otro atraído desde fuera por ellas, se pararon a buscar por dónde están las nuevas sendas cabales y dejaron allí su huella. Desde que el hijo de Pedro Peña le metió las manos al marfil en el aire de la zambra que luego acabaría rompiendo en bulería ya estaba trazado el plan. Todo flamenquísimo. Esencial. Respetando los cánones de cada estilo con pulcritud. El compás, la armonía, incluso las melodías. Y a partir de ahí, a volar. Uno frente al otro. Sin tapaderas. Merodeando ideas nuevas sin salirse nunca del carril de la cadencia andaluza. Y, de paso, haciendo virguerías con sus instrumentos. García-Fons lo mismo picaba a cuerda pelá como si fuera el heredero depurado de Diego del Gastor que estiraba las melopeas con el arco o hacía directamente compás con él. Dorantes le daba siempre las claves. En la bulería de fragancia gaditana se escucharon varias melodías que sonaban a la prehistoria, pero que acababan de ser paridas. Yo diría que lo de estos dos locos es sobre todo una revolución para el cante. Porque ahí tienen los cantaores mucho de donde beber para seguir sonando a lo que tienen que sonar sin tener que recurrir al repertorio de toda la vida. Cuando cambiaron a tientos mostraron además otro hallazgo. El de la relación interna que tienen los ritmos del flamenco. Cómo cambiando el acento de sitio puedes estar en un mundo o en su opuesto. Y en esa misma pieza vino otro descubrimiento letal: el armónico. Cómo el paso de lo mayor a lo modal no tiene por qué ser traumático.

Pero vamos a pararnos en la soleá. Dorantes se mantuvo siempre en los terrenos del canon para que el contrabajo le metiera ahí en medio una tonada con aire de petenera. Claro. Esa era la pretensión. Todo el flamenco jugando en el mismo corral. Y desde ahí se marcaron algunos desvíos que son simples propuestas. A ver a dónde se llega por el tema que el lebrijano tocó solo. No se ajustó a ningún elemento flamenco por antonomasia. Sólo a determinados rasgos. Acudiendo al espíritu y huyendo del esqueleto. La tensión en el marcaje, por ejemplo, o la dispersión armónica para terminar rematando en la cadencia andaluza fueron su mensaje. Arqueología de la emoción a partir de la memoria. De lo que uno es, no de lo que aprende. Se vio claro del todo en los tangos que precedieron al solo del francés, en el que se aferró a la rueda armónica que nos define y le sacó al contrabajo cosas que ese instrumento no tenía antes de que lo cogiera este tío. Por cierto, a estas alturas la compenetración de los dos era incluso excesiva. Por eso se pudieron meter en un charco del que sólo se puede salir limpio a costa de maestría. La granaína. El piano hacía otra vez de colchón. El contrabajo cantaba con la misma filosofía. Sólo respetaba el punto de salida y el de llegada. En la mitad de las melodías se desparramaba rebuscando en escondrijos imposibles. Ay, si eso lo cantara alguien. Y luego se citaron en los tangos de Graná. Bueno, yo voy dando aquí referencias que no son exactas. Lo correcto es decir que los tangos tenían aroma de Graná. Aire albaicinero. Porque todo era de Dorantes y García-Fons. El columpio para pasarse de la soleá por bulería a la seguiriya sobre la marcha lo habían comprado ellos, no era prestado. Con un esfuerzo titánico. Con trabajo. Mucho contrabajo. Tanto contrabajo que me atrevo a decir que ese soniquete por seguiriyas no lo tienen muchos de aquí que ronean de flamencura. Y que es motivo de fiesta larga lo que ha hecho Dorantes con él. Un gitano de Lebrija, sobrino de Juan el Grande, le ha abierto la puerta de su casa, de su templo, de su vida, a un francés que ha aprendido a hablar su idioma a través de la musica. Por eso entono este aleluya desde la caravana de los zíncali. Porque el pianista que dormía escuchando nanas de los Bacán nos ha enseñado que el flamenco es tan nuestro que no tenemos por qué ponerle fronteras. Aleluya, David, aleluya.

ABC Sevilla    Alberto García Reyes    23/09/2014