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La teoría de las cuerdas (Dorantes, Marina y una copa de Palomero)

   

A menudo se ha condimentado este espacio con un azafrán que pinta a la obra enológica con tono, aroma y sabor de arte grande. Si cuenta con la tolerancia, caro lector, de imaginar una legitimación del vino en estos términos, soportará entonces el atrevimiento de relacionar la experiencia estética que procede del consumo de ciertos jugos de uva fermentados con la que el receptor de las artes canónicas tradicionalmente reconoce, y estas dos experiencias, con un modelo de física teórica revolucionario.

Si no rechaza la consideración de que una copa de gran vino puede hacerle reflexionar sobre preguntas humanas transcendentales y lograría enseñarle algo sobre usted mismo y sobre el universo, entonces, primero, enhorabuena, y luego, si no la ha hecho ya, lo instaría a crear ligas interdisciplinarias, a relacionar emociones e imaginarios, al menos dos, o a encontrar la asociación entre más de un par de manifestaciones artísticas, teorías o vivencias. Hoy intentaré adobar tal cosa a partir de una inspiración singular, la que ofrece la música perfumada de vino y la de éste aromatizado por aquélla.

Estaba tentado a escribir: “Mi música es el flamenco”, pero me doy cuenta de que es tanto como decir “Mi vino es el pinot noir”. La diversidad de uno y otro no admite tales acotaciones: en determinado momento, mi música es el huapango y mi uva, la syrah. Pero lo que nunca deja de emocionarme, la constante, lo que me apropio, es la dupla calidad/autenticidad, tanto en lo musical como en lo enológico.

En San Luis aterrizaron –como el Principito en el desierto– un par de súper estrellas que responden a los nombres de Dorantes y Marina Heredia, con la cereza de Javi Ruibal, un joven percusionista magnífico. Entre los tres, en el marco espléndido del teatro CCU200, regalaron a los asistentes un concierto tan íntimo como intenso como sobresaliente en cuanto a la dupla referida.

David Peña Dorantes es al piano flamenco lo que Paco de Lucía a la guitarra. Un genio renovador –cuasifundador– de una tradición y, a la vez, su mejor intérprete. Los dedos del sevillano andan por las teclas –y por las cuerdas del piano también, que pulsa como si fuera el instrumento del algecireño– como anda su música del jazz a la música latinoamericana al flamenco: con una gracia, una precisión y una profundidad que sobrecoge.

Marina Heredia es una cantaora granadina en la plena madurez de sus treinta y pocos años. Atesora pureza, solera, pero sobre todo esa elegancia única y maravillosa que asociamos con un vino clásico. La potencia y el refinamiento de su voz vibran sobre el aire como el líquido púrpura de un gran vino baila desde la copa hasta nuestros sentidos: es el milagro de un equilibrio mágico, el del poderío que le marca el compás a la sutileza, el de la sinergia que constituye cada filamento del cosmos. El talento de una, más el del otro, se concatenaron de tal manera que fueron construyendo un efecto potenciado, como en un maridaje perfecto.

Lo que el vino a mí me ha enseñado, entre muchas otras cosas, es el verdadero valor de los estilos. El carácter varietal, el conjunto de características que el mismo día de esta indeleble gala nos ofreció un Ribera del Duero sublime, pleno de calidad y de autenticidad, verdadero arquetipo y excepción entre sus congéneres, alargó y profundizó la experiencia, pues, a partir de las correlaciones, el disfrute resultó amplificado exponencialmente. El estilo reunido en los estilos únicos y a la vez tradicionales de estos artistas, junto al estilo a la vez típico y original del Palomero 1999 fue mucho más que la suma de sus factores.

La teoría planteada en los años setenta del siglo pasado por los físicos Scherk y Swartz, que propone que el universo no está construido esencialmente por partículas, sino por estados vibracionales, por relaciones entre cuerdas o filamentos, puede servir de analogía para sazonar la idea vertida en estas líneas: las emociones que producen una obra de arte musical y una vinícola comparten substancia, la energía que transmiten artistas de la talla de Dorantes y Marina calan tan hondo porque tañen las mismas cuerdas que constituyen al ser humano y a su universo.

Pulso Diario de San Luis    Alfredo Oria    04/11/2016